A mi abuelo |
Hace 75 años consiguió su primer empleo. Hace 62 se casó y nació su
primer hijo. Hace 38 trabajó para la Cervecería Backus. Hace 20 lo
operaron por primera vez del corazón y hace 13 que se jubiló. Samuel tiene 83
años y una vida llena de registros. Debió ser contador -de profesión o de
historias- pero solo es un hombre con 14 hijos, 38 nietos y 35 bisnietos. Mucha
experiencia reflejada en números.
Él ha memorizado estrictamente el nombre de cada miembro de su compleja
familia. Recuerda el día de sus cumpleaños y el rostro de ellos. Hace grandes
esfuerzos por no confundirse. La sordera que lo aqueja no es impedimento para
escuchar atentamente los saludos, reclamos y palabras de aquel que lo visite.
Rímense de toda la vida, administrador a la fuerza, hincha de Alianza Lima por
convicción y padre, abuelo y bisabuelo a tiempo completo. Él es don Samuel, un
caballero de antaño y un hombre metódico por naturaleza.
Las Cañas
Samuel nació y vivió en un viejo callejón de un solo caño. Desde donde
escuchaba el dulce repicar de castañuelas provenientes de la desgastada cantina
de al lado. Valses que despertaban a todos los vecinos de la avenida Francisco
Pizarro. Toda su vida transcurrió en el Rímac y no está en sus planes mudarse,
a lo mucho puede ser de cuadra, como lo hizo hace cinco años atrás por última
vez. A pesar que el populoso distrito se vuelve cada día más inseguro, él está
acostumbrado a ese devenir, ya que someterse a dos operaciones al corazón es
más peligroso que enfrentar a un par de delincuentes.
El callejón Las Cañas perteneció a una hacienda que por la década del 40
pasó a manos de la Beneficencia de Lima. El solar es llamado así porque unos
largos carrizos fungían de cordeles a lo ancho del callejón de doble salida,
donde las amas de casa esperaban su turno para lavar el arsenal de ropa que
juntaban durante la semana. Fue el típico solar dominguero, donde los jóvenes
cortejaban, no gileaban y las señoritas aceptaban la pretensión, no atracaban.
En la actualidad ya no queda la gente que alquiló por primera vez las
casas de Las Cañas, ni siquiera Samuel, los dueños originales han traspasado
las viviendas de adobe y quincha a algún conocido o familiar, puesto que aún
éstas son propiedad de la entidad pública. Don Samuel conoció a su esposa Hilda
cuando eran niños. Él tenía once y ella ocho, diez años después en pleno verano
se casaron y tuvieron a su primogénito, llamado como el padre. La familia fue
en aumento y en el hijo número ocho, Samuel decidió alquilar la casa más amplia
de Las Cañas. Sin saber que años después no cabrían un alfiler más ni mucho
menos sus catorce hijos.
Entre empleos y cervezas
Acostumbrado a trabajar desde que entró a transición. Todos sus empleos
estuvieron ligados al trajín del andar por el bullicioso Rímac, ya sea a pie,
en bicicleta o camión. Laboró desde repartidor de revistas y gaseosas hasta
vendedor de cocinas y máquinas de coser. Sin embargo su trabajo más largo duró
un cuarto de siglo gracias a la cerveza Cristal.
Sustentar a la gran familia fue una ardua tarea que Samuel realizaba con
gusto y mucha creatividad. Repartir revistas saliendo de clases fue su primer
empleo a los ocho años. Recorría el Centro de Lima en busca de las propinas que
le dejaba cada lector por entregarle un ejemplar. A los catorce años conoció a
don Pancho, un señor de baja estatura y espeso bigote que lo contrató otra vez
como repartidor, pero ya no de revistas sino de gaseosas. El laburo le duró más
de diez años y le permitió conocer el interior del país, mientras Hilda se
encargaba de la crianza de su extensa familia.
Luego de que don Pancho cerró su depósito porque viajó al extranjero,
Samuel se desarrolló como un flamante vendedor de cocinas Cuba y máquinas de
coser Singer. En aquella época ya lidiaba con once hijos, los gastos
incrementaban al igual que la dinastía. Nacieron dos integrantes más y con la
entrada del presidente Francisco Morales Bermúdez quedó desempleado, la primera
mitad de la década del 70 no la pasó tan bien. No obstante en 1976 llegó su
gran oportunidad, comenzó a trabajar con la empresa Transportes Alameda,
encargados de repartir cajas de cerveza para los trabajadores de Backus. La
fábrica entregaba mensualmente vales de consumo a sus empleados y Samuel era el
encomendado de verificar y contabilizar los pedidos, esta vez ya no era
repartidor sino un híbrido de administrador y contador, con tan solo primaria
completa supo aprovechar lo que la vida le ofreció en el instante preciso.
Samuel se relacionó con mucha gente dentro de la Cervecería Backus, si
bien es cierto no trabajó directamente para ellos pero su simpatía y amabilidad
lo hizo merecedor de las grandes amistades que cultivó por mucho tiempo.
Pasaron algunos años y las cajas de cerveza comenzaron a llegar a casa, en un
momento se juntó con muchas y decidió venderlas. Después de una larga jornada
laboral regresaba a Las Cañas e iniciaba con el conteo de sus cajas, metódica
costumbre pero que sus hijos preferían calificarla como manía.
Desde que se jubiló ya no bebe cerveza sino güisqui y no es porque haya
afinado su garganta, sino que es dañino para su salud. Hace cuatro meses sufrió
una segunda intervención quirúrgica, en la cual le colocaron un segundo baipás
para que las arterias bombeen sangre a su longevo corazón. Samuel viene
evolucionando de manera satisfactoria, regresó a casa para recostarse en el
sillón de cuero, hundirse en las melodías que emana su vetusto walkman y
disfrutar de sus pasatiempos favoritos: leer El Comercio de cabo a rabo
mientras escucha las explosivas narraciones de las carreras de caballos.
Burrero, cafetero y tanguero
Samuel es muy aficionado a la hípica pero no sabe montar caballo, es un
estudioso y suertudo burrero. En su juventud asistía continuamente al Hipódromo
de Monterrico y siempre le apostaba al mejor. Ha ganado dos veces el premio
mayor. Ahora la edad y su lento andar solo le permite ir al telepódromo del
jirón Trujillo, fiel a su estilo acude a pie ya que la caminata es buena para
su circulación sanguínea pero fatal para su columna.
Las largas jornadas hípicas son acompañadas por un caliente café, el
cuál no se compara con el suyo. Otra de sus pasiones es mezclar diferentes
tipos de semillas para luego prepararlas y encantar a todos con su delicioso
brebaje. Antes que el reloj marque las seis de la tarde hierve agua para
esperar la improvisada reunión. La hora del lonche es el momento preciso para
lucir sus dotes cafeteros. Hijos, nietos, bisnietos y algún oportunista llegan
a casa; como si el olor del café los dirigiera a la cuadra seis de la avenida
Francisco Pizarro.
La relación con las milongas y el tango le viene desde adolescente. Con
aquellas melodías conquistó a su china; como llama a su primer y único amor. A
pesar de poseer raíces huanuqueñas la armonía argentina ha calado más en él,
así lo demuestra cuando en el marco de su ventana silba el mismo tango oxidado
de Gardel.
Con el ojo bien clavado como diría un avezado tanguero, Samuel tiene la
mirada fija en lo que desea para el resto de sus días: quedarse en el Rímac
junto a su china para disfrutar de los suyos. Es que pocos son los afortunados
de tener casi un ciento de familiares directos y rebosantes de vida.